Cuando, con apenas 12 años, envié una carta al tebeo “Zipi y Zape” y pedí correspondencia a niños y niñas entre 11 y 14 años, yo ya sabía que adoraba escribir. Pero cuando recibí casi 100 cartas y contesté a cada una de ellas, tuve claro cuál sería mi futuro. Así que abandoné mi dulce Galicia para estudiar Periodismo en Madrid, y tuve la gran suerte de trabajar en diferentes medios de comunicación y no parar nunca de escribir.
Pero al igual que fui periodista por formación, me considero escritora por devoción. Nunca he abandonado un pequeño cuaderno y un lápiz en mi bolso para anotar cualquier idea que surgiese en el momento más insospechado. Y así nació No me llames Olvido, mi primer libro de relatos. Fue, al trasladarme hace pocos años a la isla de Tenerife, al amparo de los vientos alisios, cuando decidí dar voz a los protagonistas de este libro.
No me llames Olvido está lleno de fuerza y de mucha vida. Si algo une a los protagonistas de las dieciséis historias, todas ellas basadas en vidas reales, es el tesón con el que se enfrentan a situaciones no siempre fáciles en las que, como ocurre en la realidad, a veces pierden y otras ganan.
Mi segunda novela llegó dos años después. Nadie a quien querer es la historia de una familia gallega, a través de tres generaciones, que comienza a principios del siglo XX con el viaje de un joven matrimonio a La Habana en busca de un futuro mejor. Es ante todo una historia de amor, en donde personajes reales y ficticios se mezclan para crear una novela de lucha y de superación, y también de ilusiones perdidas por el simple hecho de no poder elegir.
Por cierto, por increíble que parezca, todavía sigo intercambiando líneas con algunos de aquellos protagonistas de mis cien cartas, en una amistad epistolar que ha sobrevivido a los avatares de nuestras propias vidas.