Si el proceso de escribir es apasionante, también lo es, y mucho, el de encontrar todo esos detalles que darán vida a la historia.
Uno de los más importantes es encontrar el título de la novela. No es tarea fácil pero, en mi caso, es uno de los que más me gusta. A veces mientras escribo, se me ocurre alguna frase que puede encajar y la apunto en una sección, mal organizada, de posibles títulos con más tachones que letras legibles.
Pero en este caso, el de esta novela, no lo visualicé hasta casi al final de la misma. Me preocupaba. Cualquier idea me parecía insuficiente. Quería que diese sentido a las diferentes vidas que componen el libro. Y como en una ráfaga, sin pensar en él en ese preciso momento, lo vi. Y fue tan claro que casi me faltó tiempo para encontrar el bolígrafo y escribirlo antes de que pudiese olvidarlo. Sonreí para mis adentros con una mezcla de satisfacción y alegría. Con esa sensación que solo te produce el trabajo bien hecho.
Hará falta llegar a casi la última línea del libro para entender el por qué de la elección. Pero espero que cuando llegue ese momento y descubran su razón de ser, queridos lectores, experimenten la misma sensación que yo y se acuerden de estas humildes palabras.
«Nadie a quien querer»