Feliz día, mamá

Ayer me acosté tarde. La guardia en el hospital se alargó más de lo esperado, y llegué a casa derrotada. Olvidé bajar la persiana y, con mi mal dormir, ese que arrastro desde hace ya cinco años, el primer rayo de luz que asomó por mi ventana me despertó.

Me giro hacía la ventana y veo un cielo azul precioso. Ni una nube. Un día perfecto para ir a la playa. Estiro el brazo en mi cama XXL, y sonrío al pensar que es una de las cosas que tengo que agradecerle a Lorenzo. Su empeño en comprar una cama enorme. Todavía escucho su frase en la sección de colchones pidiendo que nos enseñasen el más grande. Y poco más recuerdo de él. Pero hoy no quiero dedicarle ni un solo pensamiento, ni bueno ni malo. Es otro día. Solo mío.

Me levanto y miro al suelo. Veo unos corazones de papel en el suelo, formando una línea bastante torcida, y unas flechas con la dirección a seguir. Me río. Sé perfectamente quien ha dibujado cada uno de ellos. Unos están perfectamente recortados, otros con ganas de terminar lo antes posible. Acelero el paso, y pienso cuando los habrán puesto. Llegué tardísimo a casa, así que ha tenido que ser hace escasamente un rato.

Bajo las escaleras, y me deleito con cada paso, mientras recojo cada uno de los corazones y los acaricio con dulzura. Oigo risas en el salón y la voz dominante del mayor, como siempre:

⏤Enano, cállate que viene ya.

Me asomo a la puerta. Y los veo ahí a los tres. Con sus pijamitas arrugados. Sus ojos aún legañosos. El pequeño sujeta unos globos, mientras sus dos hermanos agarran una cartulina dibujada con esmero. Me acerco. No puedo evitar emocionarme, y dos lágrimas asoman ya por mis ojos.

⏤Mamá, no, por favor, no llores⏤me suplica mi hija.

Me quedo enfrente de ellos, apenas un segundo, el tiempo justo para leer esa maravillosa frase:

“Aunque estés triste, siempre alumbras la casa. Feliz Día de la Madre.”