Dice un proverbio chino que “el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo”.
Si es así, ¿cómo no será posible que cambie el corazón de una persona, cuando un nutrido grupo de mariposas se instala dentro para no salir?
Si puede provocar un auténtico tsunami mundial, ¿qué no podrá hacer?
Y eso fue exactamente lo que les ocurrió a Alfredo y a Rosa, dos de mis protagonistas favoritos de Nadie a quien querer:
“Y en ese preciso momento iniciarían su historia de amor, aunque los dos ejércitos de lepidópteros llevaban ya varios días batallando instalados en sus correspondientes habitáculos”.