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En las largas conversaciones con mi abuela, o más bien monólogos por mi parte, ella, poco habladora y muy observadora, escuchaba con muchísima atención mis historias de adolescente.

Y mientras tanto, intentaba enseñarme sus exquisitas recetas de repostería que lamentablemente no consiguió, porque a mí, por aquel entonces, me importaban más bien poco.

Y un día, imagino que tras contarle algún drama que ya ni recuerdo, me miró y, con su inconfundible acento gallego, me dijo:

No olvides que en la vida hay cuatro tiempos:

El pasado.

El presente.

El futuro.

Y el perdido.

No elijas nunca el último.

Jamás he olvidado sus sabias palabras.

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