En esa pequeña tienda descubrí el gusto por la música… Fue en mi primer curso de Universidad. Lo recuerdo como si fuese ahora. Asomé la nariz tímidamente y ante mí se abrió un paraíso lleno de vinilos. Ahí empezó mi gran amor por la música y hoy, treinta años después, conservo una gran colección de discos ordenados alfabéticamente, y que mimo con tesón para que no alberguen ni una mota de polvo.
Pero todo toca a su fin, y la tienda echaba, con gran tristeza, el cierre. Así que me dispuse a visitarla por última vez, y aprovechar el descuento de liquidación para hacer alguna nueva adquisición. Me fui directo a la sección de jazz. Tenía toda la colección de Miles Davis, pero quizá podría comprar alguno más, y regalárselo a alguno de esos gorrones que tenía por amigos. No me dio tiempo a buscar. Me topé con una preciosa melena pelirroja, un poco ondulada, que captó toda mi atención. Se giró y me miró fijamente a los ojos:
⏤Perdona, ¿eres Dani?⏤me preguntó.
⏤Sí, yo mismo. ¿Nos conocemos?
⏤¿Tanto he cambiado?⏤me dijo con una sonrisa que me puso nervioso. Soy Soraya, de la Universidad. ¿No recuerdas quién te dejaba los apuntes de Biología?
Quise que en ese momento me tragase la tierra sin opción de salir a la superficie. Por supuesto que la había reconocido al instante pero, sin saber muy bien por qué, quise hacerme el interesante. Ella, guapa hasta decir basta, azafata de aquel famoso programa del «Telecupón», acumulaba las miradas de los casi cien alumnos de esa clase de Derecho. No podía pasar desapercibida para ningún sexo, pues además era encantadora y una buenísima estudiante. Lástima que siempre la esperaba algún personaje de esos que, de vivir en Estados Unidos, habría sido capitán del equipo universitario de fútbol americano. Y ahora, treinta años después, me había reconocido. ¿Cómo habría podido ser? Para mí los años no habían pasado en balde y sin embargo para ella sí, desde luego, ¡caray, sí habían pasado!
Hablamos un rato. De estas y otras cosas. De cómo nos había ido la vida. De cómo no nos habríamos encontrado antes en esta tienda, pues ella también la frecuentaba muy a menudo. De nuestras idas y venidas. De matrimonios frustrados. De hijos adolescentes. De aventuras y desventuras. Pues tú no estás mal. Tú como siempre estupenda. Y yo envalentonado, dispuesto a proponerle tomar un café o una cerveza… ¡Ay, pobre Dani! No cambiarás jamás.
⏤¡Soraya!
⏤Ay, discúlpame, César. Me acabo de encontrar con un viejo compañero de Universidad.
Y ahí estaba él. El capitán se había convertido en entrenador o en hasta presidente del club. Unos cincuenta años mas que bien cumplidos. Hay cosas que, aunque pasen cien vidas, no cambiarán jamás.
Nos despedimos con un me alegro de verte, y un hasta pronto que probablemente sería un hasta nunca. Me sumergí en los vinilos de Miles Davis y, sin saber muy bien, por qué, solté una gran carcajada.