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Para los que me preguntáis por Helena…

Y sigo adelante. Nuestra nueva ubicación, en esa pequeña pero acogedora casa, nos encanta. En la urbanización nos recibieron bien y mi hijo hizo enseguida nuevos amigos. Sus ojos color avellana tienen un brillo diferente, y no puede estar más alegre… Volvemos a estar los dos, muy solos pero felices, y sobre todo, tranquilos. Madrugamos mucho para atravesar la ciudad, y dejar a Manuel en su colegio, siempre puntual, para poder llegar a tiempo a mi trabajo.

Han pasado ya seis meses. Parezco otra mujer. Al menos es lo que dice todo el mundo que me quiere. He ganado peso, tengo un color de pelo diferente y los espantosos surcos oscuros de mis ojos han desparecido. Me siento bien. Solo hay un pequeño detalle que me ronda la cabeza. La orden de alejamiento de Pedro llega a su fin. Los ciento ochenta días han pasado demasiado rápido. No he confesado a nadie que sigo con pesadillas recurrentes, y un permanente agujero en el estómago, que intento disfrazar con ansiolíticos.

No quiero volver al terapeuta, aunque sé que debería hacerlo.  No quiero pasar de nuevo por esos recuerdos. No puedo. Solo quiero olvidar y reconstruirme. No sé si es demasiado trabajo para mí sola, pero en este momento no quiero compartirlo con nadie. No deseo que Pedro siga condicionando mi vida. Nuestra vida. Ya no tenemos nada en común, me repito un día y otro también. Ya no tengo nada que temer.

Pero en el ciento ochenta y un día me levanté, como en una jornada aparentemente cualquiera. Gran equivocación. No pude dormir en toda la noche pensando en que el temido día había llegado. Me dije a mí misma que no iba a pasar nada, que no se atrevería. Ahora sabía que podría volver a denunciarlo si hiciese falta. Y era demasiado cobarde para arriesgarse. Pero en el fondo estaba completamente aterrada.

Aún así, puse mi mejor cara, desperté a Manuel, desayunamos entre risas y, tras acicalarnos, subimos al coche como todos los días. Casi a punto de llegar al colegio, sonó en la emisora habitual una de mis canciones preferidas:

⏤Mamá⏤dijo⏤mujer de las mil batallas, de Manuel Carrasco. ¡Te encanta!

Sonreí mientras le daba un beso y le deseaba buen día. Una canción más que acertada para un día difícil. Al salir del aparcamiento, mientras tarareaba, un pequeño atasco me hizo frenar de golpe y, en ese preciso instante, sentí una mirada en el lado izquierdo de la calle. Antes de girar la cabeza, un escalofrío me estremeció, y sentí un sabor metálico en la boca que me produjo una tremenda arcada. Identifiqué ese sabor, ya casi olvidado. Supe su motivo.

Estaba allí. Con su mata de pelo negro, algo desmejorado, pero con el mismo rictus acechante. Nos cruzamos las miradas, apenas una décima de segundo, pero suficiente para sentir su presencia. Como una hiena en busca de su presa.

Aceleré sin mirar atrás.

 

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